![]()
Youkalide Weill y Brecht u otras en SounCloud
|
Notas para el programa y programa.
Mahler
y su tiempo.
Recital
de voz y piano.
El
arte de la melodía infinita
De
la mano de Gustav Mahler el canto alcanzó una de sus más esbeltas y
radiantes cimas. Aunque nunca llegó a escribir una ópera, su
prodigiosa y conmovedora colección de obras para voz -poemas
orquestales, sinfonías y, sobre todo, canciones de recital, como las
que escucharemos esta noche- reluce hoy entre los grandes tesoros del
patrimonio lírico: en el amanecer del siglo XX, cuando los teatros y
auditorios de Europa se preparaban para huracanados tiempos de
ruptura y experimento, la escritura de Mahler supuso uno de los
últimos y más brillantes modos de entender la voz humana como un
instrumento de vuelo, calidez y línea.
En
la Viena de aquel cambio de siglo -dorado escenario de entusiasmo y
búsqueda, donde las artes y las ciencias se enredaban en apasionadas
tertulias y noches de insomnio- Mahler destacaba como un titán
solemne y admirado: le fue encomendada la dirección de la Ópera
Imperial –ya entonces una de las compañías más prestigiosas del
mundo- y, como compositor, compartía con Richard Strauss el honor de
haber llevado el colosal arte de Wagner hasta los más insospechados
terrenos de expresión y magnificencia. Su ejemplo enmudecía a los
fieros jóvenes de la vanguardia más radical, escandalosos autores
como Arnold Schoenberg o Alban Berg, que acudían a su consejo con la
callada emoción de quien visita a un sabio. Hasta las avenidas de la
ciudad parecían a veces ruborizarse a su paso, entre suspiros y
cuchicheos de cocheros y paseantes que, al verlo, contenían la
respiración y señalaban con la mirada: “ése, ése era Gustav
Mahler…”
El
programa de esta noche propone un paseo por aquellas calles y salas
de concierto: ese glorioso capítulo de la Belle
Époque en el que
Europa respiraba tranquila, entre inventos prodigiosos y desbordantes
sombreros de plumas, feliz al estrenar un siglo nuevo tan lleno de
maravillas y esperanzas. El mundo aguardaba ilusionado la botadura de
una ciudad navegante llamada Titanic
y el cine dejaba las barracas de feria para instalarse, con sus mudos
héroes, en refinados teatros de luces y sombras. Por fin había
terminado la terrible contienda franco-prusiana y nadie sabía aún
de esa pesadilla desgarradora –llamada después Primera Guerra
Mundial- que acechaba, como un monstruo rapaz, a la vuelta de la
esquina. Los jóvenes artistas se reunían en cafés y buhardillas de
toda Europa, entre nubes de humo y carpetas de bocetos, para tramar
nuevos tiempos del punto y aparte: venían decididos a que las
convenciones de forma volasen por los aires y a que una nueva fiebre
de lienzos retorcidos y estridentes partituras se instalase en
paredes y auditorios, retratando lo humano como ellos realmente lo
veían.
Las
canciones que vertebran la primera parte de este programa quieren
recordar ese mundo de innovación musical: esa Viena del relevo de
siglo que escuchaba a Mahler como un maestro incuestionable, capaz de
reunir el legado del XIX con nuevas y desconcertantes armonías de
cambio. El Postromanticismo de Mahler y Strauss -y, en cierto modo,
también de su discípulo Alban Berg- heredaba de Wagner aquella
melodía sinuosa y amplia que se entrelazaba hasta el infinito con
los versos del poema: esa línea ondulante y espléndida, que ellos
desarrollaron aún en un vuelo más flexible y expresivo, y que
parece bailar en estos Lieder.
Como homenaje a ese capítulo de cierre del universo romántico,
hemos escogido, entre las más conmovedoras y visitadas canciones de
estos tres colosos, piezas dedicadas a esa situación única y
arrebatada que es la declaración de amor: encontramos así
confesiones francas y triunfales, como en Liebst
du um Schönheit,
Zueignung
y Cäcilie; vibrantes
retratos del insomnio más apasionado, en Erinnerung
o Die
Nachtigall;
y delicados juegos de cortejo en frescas noches de verano, tal y como
nos canta la brillante Ich
ging mit Lust… Sus
melodías, tan sensuales y amplias, consiguen fundirse con nuevas
texturas de innovación: aunque -en estricto pacto de honor con la
belleza- encuentran siempre el más luminoso y aterciopelado
despliegue para la voz, saben también jugar con extrañas brisas de
cambio traídas por el piano, como anuncios de tiempos modernos que
no temen a la disonancia ni a la atonalidad.
Gracias
a adelantos como éstos, la música del siglo XX progresaría hacia
nuevos mares de rareza e invención: poco a poco, Viena se iría
convirtiendo en un fascinante y ajetreado laboratorio de números y
líneas puntiagudas, una ciudad nueva donde las tardes de concierto
pasaron a convertirse en ruidosas visitas a un planeta desconocido.
Buena parte de la vanguardia austro-alemana se consagraría desde
entonces a la ruptura total con las antiguas querencias del público
y a la profunda búsqueda de un tipo de música que sonase distinto a
todo.
¿Quería
esto decir que aquel vuelo interminable de la hermosa melodía
mahleriana había llegado a su fin? ¿Renunciaba el siglo XX a
aquellas otras conquistas de belleza y emoción alcanzadas tras el
Romanticismo? No, desde luego que no. Mientras las severas y
humeantes escuelas de composición de Viena trazaban sus nuevas
recetas, otros auditorios y teatros del mundo eligieron seguir
viviendo en aquel envolvente arte del canto puro y la melodía
cercana. La segunda parte de esta velada está dedicada al vínculo
que esas otras escuelas de principios de siglo mantuvieron con la
gloriosa línea postromántica defendida por Mahler: cotidianas
visitas al folclore popular, a las escenas y las emociones más
familiares y reconocibles y, por qué no, a esas canciones de fácil
recuerdo que, - desde un nostálgico vals vienés o tras las cortinas
de un café gaditano- ayudaron a hacer el siglo XX menos amargo y
cruel.
Mahler
amó profundamente las raíces folclóricas de su tierra; escenas de
vida y de muerte que supo recoger en sus canciones con un lirismo
delicado y, a la vez, sorprendentemente veraz: lo vemos en esa pieza
asombrosa que es Das
irdische Leben, donde,
en una aldea asolada por el hambre, un pobre niño solloza a su madre
por un trozo de pan que sólo llega cuando ya es demasiado tarde. Su
estela vibra intensamente en canciones como Kaddisch
de Ravel, ese canto fúnebre judío procedente de unas raíces a las
que Mahler, para poder ser nombrado director de la Ópera de Viena,
tuvo que renunciar públicamente. Y late también, sin duda, en esa
pieza asombrosa que el joven Manuel de Falla compuso en 1914 sobre el
conmovedor poema de María Lejárraga, cuando tantas madres rezaban
de noche para que sus hijos no muriesen en las garras de la guerra.
Aún
en este universo de lo popular, el amor por aquellas melodías de
vuelo ágil y esbelto se mantuvo también en otros barrios:
brillantes mundos de abanicos y burbujas, consagrados al canto
romántico, de línea envolvente y pegadiza hasta lo imposible. Ésta
fue, sin duda, el alma de esa otra Viena coetánea a Mahler: la de
las noches de opereta y vals, representadas aquí por el espíritu
inconfundible de Lehàr, con sus vivas canciones, exuberantes y
nostálgicas como grandes ramos de rosas. El siglo XX crecería
también con estas melodías, venidas de la radio, del cine y de
vaporosos teatritos de risas y lágrimas. Muchas ciudades heredaron
su pasión, manteniéndola en versiones propias de este canto
infinito, suave y ondulado: las décadas se irían engarzando y el
mundo cambiaría aún mil veces, pero -así nos lo confiesan Tus
ojillos negros o esos
dos últimos valses de Poulenc con los que se despide este recital-
la memoria volvería una y otra vez a aquellas canciones de antes, de
melodía amplia y recuerdo imborrable.
Laia Falcón
Richard
Strauss:
Zueignung
(“Dedicatoria”, Hermann von Gilm)
Gustav
Mahler
Ich ging mit Lust durch einen
grünen Wald (“Caminaba alegre por un verde bosque”, texto
anónimo, canción popular)
Erinnerung
(“Recuerdo”, Richard Volkmann)
Alban
Berg:
Die
Nachtigall (“El ruiseñor”Theodor
Storm)
Gustav
Mahler
Blicke
mir nicht in die Lieder (“¡No mires
mis canciones!”, Friedrich Rückert)
Liebst du
um Schönheit (“Si amas la belleza”,
Friedrich Rückert)
Richard
Strauss:
Cäcilie
(“Cecilia”, Heinrich Hart)
Gustav
Mahler
Ich
atmet’ einen linden Duft (“Respiraba
una suave fragancia”, Friedrich
Rückert)
Das
irdische Leben (“La vida terrenal”, texto anónimo, canción
popular)
Maurice
Ravel:
Kaddisch
(« Canto fúnebre », Deux
Mélodies Hébraiques, texto anónimo)
Manuel
de Falla:
Oración
de las madres que tienen a sus hijos en brazos (María Lejárraga)
Tus
ojillos negros (Cristóbal de Castro)
Franz
Lehàr :
Wann
sagst du Ja? (“¿Cuándo me
dirás que sí?”, Günter Schwenn)
Meine Lippen, sie Küssen so
heiss (“Mis labios besan tan ardientemente”, de « Giuditta »,
Paul Knepler y Frizt Löhner)
Francis
Poulenc:
Nos
souvenirs qui chantent («Cantan
nuestros recuerdos », Robert Tatry) Les chemins
de l’amour (« Los caminos del
amor », Jean Anouilh)
Laia Falcón
................................. |